miércoles, 18 de julio de 2018
LENGUA...JE
No necesito hablar de penes o vaginas para escribir erotismo. No necesito describir un coito con pelos... Y señales para erotizar a los lectores. No me hace falta poner en el papel expresiones como "clítoris bañado en un mar de deseo", "testículos inflamados por el ardor" o "tenía un publis pequeño y rasurado como un campo de minigolf donde era difícil meter la bolita". Tampoco necesito poner palabras como follar o echar un polvo para escribir sobre sexo. Ni que quien me lea se excite al imaginar escenas tórridas o prácticas sexuales depravadas al deslizar sus ojos por las líneas trazadas por mí. No me gusta que se confunda el erotismo con la pornografía, la delicadeza con vulgaridad, la insinuación con descaro. Sólo quiero que cuando alguien lee, imagine. Que su mente despierte al mundo de los sentidos y las sensaciones. Que sus ojos y oidos vean y oigan lo que no está descrito explícitamente. Que sus manos se muevan esperando encontrar algo al lado que acariciar, que sus labios se abran esperando ser besados. Todo eso aunque sea durante unos segundos, hasta que se de cuenta de que sólo estaba leyendo un pequeño relato que le llevó a otro lugar...
jueves, 5 de julio de 2018
PIEL
Piel. Piel blanca o morena, o enrojecida por mil causas. Piel fría o caliente. Seca o sudorosa, húmeda de deseo o de nervios. Piel en calma o erizada de emoción, de miedo, nervios o de frío...
Capa que envuelve nuestras miserias, nuestro interior más vulnerable, que preserva la vida de los ataques externos sin recibir por ello ninguna alabanza. Muralla flexible que oculta las feas entrañas pero que delata nuestras emociones y deseos más íntimos con un solo cambio de color, inundada de sangre, avergonzada.
Piel... Mi piel, que se altera cuando me rozas un instante, que se humedece al imaginar un beso tuyo y se sonroja al escucharte, que tiembla con el solo tacto inocente de tu mano, que espera ansiosa tu leve contacto. Y tu te haces esperar, canalla. Me provocas acercándote unos centímetros pero sin tocarme, reculando antes de llegar a toparte con mi cuerpo, sin dar ese gusto a mi dermis que espera ansiosa, que te llama en silencio. Hasta ese momento en que sin querer, o queriendo, tu mano toca un segundo la mía.
Piel que arrugará el paso del tiempo, que cederá a la fuerza de la gravedad y marchitará como una flor en otoño pero que conservará hasta el final de sus días el recuerdo de tu tacto impreso en ella, que mantendrá una memoria dérmica de tu huella vital y cambiará de color cada vez que recuerde ese instante.
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